domingo, 15 de agosto de 2010

Yo si yo no

Hemos relatado cuentos que hace muchísimos siglos años se contaron por primera vez, como sucede con la versión de la Cenicienta escrita en la China del Celeste Imperio. Hemos narrado un trío de cuentos escritos en la región del altiplano que fuera parte del Tahuantinsuyo o Imperio Incásico. Hoy, conversando en torno a estos temas, recordamos los viejos Libros de Lectura.
Esos libros en que la gente vieja de hoy leyera cuentos escritos para que los niños aprendieran a leer. Recordamos, de esos cuentos, el de “La Tortilla Corredora”, “El medio Pollo” “El caballito de Siete Colores”... Cuento contado y vuelto a contar en este Archipiélago... O el de "Mariquita Trenzas de Oro "...
O los cuentos clásicos como “Rapuncel”, “Caperucita Roja” , o “Pulgarcito”... Pero, bueno... Hablando del tema, recordamos la recopilación de narraciones populares hecha por Ernesto Montenegro, "Mi tío Ventura ".
Libro que motivaría a escritores nacionales a escribir para los niños y esos cuentos se empezaron a publicar en "El Peneca", llegando así a ser leídos en distintos estratos sociales.
Exacto. Pero algún tiempo antes de la publicación de "Los cuentos de mi tío Ventura" (como libro se publicó en 1935) ... en los Libros de Lectura de ese entonces aparecían cuentos populares y cuentos escritos para los niños por escritores de diferentes tendencias.
Nos parece, creemos, que esta actitud era motivada por vientos de renovación que empezaban a soplar en la sociedad chilena, creando una especie de expresión de respeto por la llamada cultura popular.
Sí. Bien pudo ser esa comprensión de la importancia del saber popular la que motivó a notables escritores nacionales a bucear en lo que aun llamamos folklore. Y estaban presentes también, podríamos decirlo con seguridad, las investigaciones de don Ramón A. Laval y las investigaciones de don Rodolfo Lenz, publicadas allá por 1895.
Bueno, bueno...Alguna vez nos acordaremos de Pedro Urdemales, ahora volvamos al tema En esos Libros de Lectura, humildes libros impresos en blanco y negro y en papel basto, aparecían relatos escritos por notables escritores de todos los tiempos. Y de esa época del siglo pasado estaban " Por qué la lloica tiene el pecho rojo " o "Yo sí, yo no ", que Marta Brunet llevara a la literatura formal.
Y no solo en los Libros de Lectura. En el silabario Ojo , o también conocido como Silabario Matte, al final aparecían pequeños poemas como:

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.

¿Saben quien es el autor de esos versos ?

Pues ni más, ni menos que el autor de "La vida es sueño"... ¿ Recuerdan el drama ? Pero sí, esos versos del sabio que un día, los escribió don Pedro Calderón de la Barca,
Algo notable, sin duda, pues esos versos no son una fábula, no tienen moraleja, pero señalan muy bien la actitud de quién está en apuros y no mira su realidad. Eso pasa muchas veces hoy día.
Tal y como pasa, ya parece lo lógico y normal, que representantes de esto, de eso y lo otro se encuentren para discutir un tema, ...un problema... algunas diferencias de opinión, y terminen alegando como en el cuento del Yo sí, Yo no, sin preocuparse de la causa de sus diferencias, buscar solución al conflicto o tratar de llegar a un acuerdo o aun entendimiento.
Y como esto sucede hoy por hoy, incluso en temas de significación nacional y en boca de altos representantes de esta o aquella organización, los del Challanco contaremos el cuento del sapo y la sapa como decía la versión popular y que Marta Brunet llevó a la literatura, recreándolo, como Yo sí, yo no.

Yo sí... Yo no...
(Marta Brunet, de Cuentos para Marisol)
Resulta que hace miles de años un matrimonio de Sapos que se querían mucho, y que lo pasaban muy bien a orillas de una charca. La casa en que vivían era de dos pisos, con terraza y todo, y en el verano salían de excursión en una barca hecha con un pedacito de pellín y una vela que les tejiera una Araña amiga. Se mostraban muy elegantes con sus trajes de seda verde y sus plas¬trones blancos. Y no eran nada de feos, con sus grandes bocas y sus ojos de chaquira negra.
Por la única cosa que a veces peleaban era porque al señor Sapo le gustaba quedarse conversando con sus amigos de la ciudad Anfibia y llegaba tarde a almorzar y entonces la señora Sapa se eno¬jaba mucho y discutían mucho más aún, y a veces las cosas llegaban a un punto muy desagradable.
Y resulta que un día llegó el señor Sapo con las manos metidas en los bolsillos del chaleco, canturreando una canción de moda, muy contento. Y resul¬ta también que ya habían dado las tres de la tarde. ¡En verdad que no era hora para llegar a almorzar! Como nadie saliera a recibirlo, el señor Sapo dijo, llamando:
-Sapita Cua-Cua... Sapita Cua-Cua...
Pero la señora Sapa no apareció. Volvió a llamarla y volvió a obtener el silencio por respuesta. La buscó en el comedor, en el salón, en la cocina, en el repostero, en el escritorio, en la piscina, has¬ta se asomó a la terraza para otear los alrededores. Pero por ninguna parte hallaba a su mujercita vesti¬da de verde.
De repente, el señor Sapo vio en una mesa del salón un papel que decía:
ALMORCÉ Y SALÍ. NO ME ESPERES EN TODA LA TARDE.
Al señor Sapo le pareció pésima la noticia, ya que no tendría quién le sirviera el almuerzo. Se fue entonces a la cocina, pero vio que todas las ollas estaban vacías, limpias y colgando de sus respec¬tivos soportes. Se fue al repostero y encontró todos los cajones y armarios cerrados con llave.
El señor Sapo comprendió que todo aquello lo había hecho la señora Sapa para darle una lección. Y sin mayores aspavientos se fue donde la señora Rana, que tenía un despacho cerca del sauce de la esquina, a comprarle un pedazo de arrollado y unos pequenes para matar el hambre.
Pero como este señor Sapo era muy porfiado y no entendía lecciones, en vez de llegar esa noche a comer a las nueve, como era lo habitual, llegó nada menos que pasadas las diez.
La señora Sapa estaba tejiendo en el salón, y, sin saludarlo siquiera, le dijo de mal modo:
-No hay comida.
-Tengo hambre -contestó el señor Sapo con igual mal humor.
—Yo no.
-Yo sí.
Y como si uno era porfiado, el otro lo era más, y ninguno de ellos quería dejar con la última palabra al otro, pues a medianoche todavía estaban repitiendo:
-Yo no.
-Yo sí.
Y cuando apareció el sol sobre la cordillera, el matrimonio seguía empecinado en sus frases:
— Yo sí.
-Yo no.
Y resulta que esto pasaba poco tiempo después del Diluvio, cuando Noé recién había sacado los animales del Arca. Y resulta también que ese día Noé había salido muy temprano para ir a darles un vis¬tazo a sus viñedos, y al pasar cerca de la charca oyó la discusión y movió la cabeza desaprobatoriamente, porque no le gustaba que los animales del Buen Dios se pelearan. Y cuando por la tarde pasó de nuevo, de regreso a su casa, llegaron a sus oídos las mis¬mas palabras:
-Yo sí.
-Yo no.
Le dio su poco de fastidio a Noé, y, acercándose a la puerta de la casa de los Sapos, les dijo:
-¿Quieren hacer el favor de callarse?
Pero los señores Sapos, sin oírlo, siguieron diciendo obstinadamente:
-Yo sí.
-Yo no.
Entonces a Noé le dio fastidio de veras y gritó enojado:
-¿Se quieren callar los bochincheros?
Y San Pedro -que estaba asomado a una de las ventanas del cielo, tomando el fresco- le dijo a Noé, enojado a su vez porque hasta allá arriba llegaban las voces de los porfiados discutidores:
-Los vamos a castigar, y desde ahora, cuando quieran hablar, sólo podrán decir esas dos palabras estúpidas.
Y sabes ahora, Marisol de mi alma, por qué todos los Sapos de todas las charcas del mundo dicen a toda hora y a propósito de toda cosa:
-Yo sí.
-Yo no.

Me parece un buen cuento, no sólo para niños, sino porque algo muestra de cómo se plantean hoy las discusiones.
Si. Algo describe esa manera de alegar evitando tocar el tema de fondo por parte de quienes discuten. Y esa actitud parece que ya se daba hace mucho tiempo, como que el lenguaje acuñó un giro lingüístico popular, que no faltará quién use cuando vea y escuche discutir a dos personas a la numera como según Marta Brunet alegan ranas y sapos.
Así es. Ante alegatos de ese estilo, no faltará quién diga a los alegadores: Están pidiendo agua como hacen los sapos cuando piden agua.
Y así, los del Challanco decimos a ustedes: SALUD


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